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22ª- Etapa XXII : Donghae - Busán (Korea del Sur) 22ª- Etapa XXII : Donghae - Busán (Korea del Sur)

 


 

Donghae - Busán

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  Levantarse la primera mañana en Korea resultó extraño. Tengo que ubicarme, pero no tengo mapa. Sé que estoy en la península homónima y que tengo que llegar a un lugar llamado Busán o Pusán ( 부산광역시 ),  tal y cómo me indicaron los Iron Tigers de Vladivosok.  Luego comprobé que ambos topónimos pueden ser utilizados indistintamente. Allí he de dirigirme para encontrar un barco en el que pueda enviar la moto a América. Esta es la razón por la que estoy aquí, y no otra. No he venido a hacer turismo, no. He llegado aquí rebotado, escupido de Rusia, navegando frente a las costas de una Korea del Norte hermética y misteriosa.

Todo esto es raro.

 

 

 

 

 

 

 

 

   Tengo que encontrar un mapa, ciberactuar, conectar y comunicarme con España. Vale.

 

  

http://spanish.visitkorea.or.kr/spa/CU/CU_SP_8_1_1.jsp

 

Folixa Astur en Donghae, Korea del Sur.

Folixa Astur esperándome a la puerta del cíber, en la tercera planta.  

  

 

 

 

   Por la leyenda, no me pregunten.

 

 

 

 

 

 

 

      Muy simpática la chica de la foto, que me toca el hombro como si yo fuera de madera, cumpliendo una superstición, y me quiere invitar a uno de sus cóckteles, pero beber y pilotar nunca casaron, declino.Tampoco estoy muy seguro de qué o que cosa serán aquéllos licores.

 

 

 

. Sigo sin ver ojos que no sean rasgados. Calor, luces, grafías, bochorno, picante, ojos rasgados, olores raros: mareo.

 

 

 

 

 

 

 

 

NOTA: el casco Dainese es una bazofia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Pues bien, la tecnología, la tradición budista, lo rústico y la religión alcanzan junto sus luces, -tanto divinas como humanas- un sorprendente exotismo de ecléctico desenlace.  En esas áreas metropolitanas pululan campesinos que venden el sobrante de sus cosechas a precio regateado, mientras en la acera de enfrente los escaparates exhiben un sapienfón, la tableta digital, el computador de varios teras o un androide sin piernas.

   No hay murmullo, hay un leve griterío de voces atipladas que imagino ofertan productos y gangas. Se ve alguna pobreza en Korea, pero seguro que aquí no hay hambre. No se ven perros. El producto interior bruto es algo superior el de España y los precios muy parecidos. En verano, la gente vive en la calle y se concentra alrededor de los centros comerciales y los múltiples mercados ambulantes.  Pisan la casa para dormir y encontrar su intimidad, nada más. Discuten acaloradamente en la calle, pero nunca ví ninguna pelea ni trifulca ni necesidad de una intervención policial. Un sentido de respeto y ciudadanía muy hondo ha calado en la sociedad koreana y ese comportamiento hace que allí, a pesar de las omnipresentes e incómodas videocámaras de vigilancia, el extranjero se sienta muy seguro.

   La contemplación de un extranjero de ojos no rasgados, les produce aparentemente indiferencia y a veces un cierto desdén. La koreana es una sociedad muy difícil de penetrar y se percibe desconfianza en las miradas muchas veces. Como el muro lingüístico es insalvable, se ha de utilizar la sonrisa universal, que aquí también funciona pero que no llega a cuajar en la mayoría de las veces. Sin embargo, al entablar un contacto directo con el extranjero, siempre será a iniciativa de éste, eso sí. Resulta paradójico, pues en las ciudades, Korea se mira en el espejo de las modas de consumo del mundo occidental, del mundo de los ojos no rasgados sin pliegue en el párpado, sobre todo en el ombligo de Seúl, ávidos de las últimas tendencias que llegan del otro lado del Pacífico, donde en realidad me dirijo, estoy aquí de paso. Sin embargo muy raramente mostrarán interés por uno.

  Sin siquiera una guía de bolsillo, me desvío doquiera vea algo exótico. En éste caso, un magnífico, mimado y bello parque salpicado de pagodas, tejavanas y ambiente relajado y meditativo. Un guardia parece que vigila, pero en realidad está aburrido esperando que pase algo, y no pasa nada. Bosteza. ¡Qué va a pasar si está todo lleno de cámaras de vigilancia!

  Hay la mar de flores, también de loto, y es una pena que esté nublado pues con luz este parque se tiene que parecer bastante a un paraíso koreano. Los usuarios pasean contemplativos, el silencio se rompe por el ruído de los coches y el grito de algún niño que juega o llora. Unos usuarios se sientan en cuclillas y descansan en sus calcañares, quedándose obnubilados e introspectivos, integrándose con el paisaje; otros pasean meditabundos entre los delicados campos salpicados de flores; unas muchachas sueltan risitas en voz muy baja y tapándose la boca. Lo cierto es que se respira Paz y harmonía paisajística. Todo el parque está muy cuidado y un pajarillo de tonos azulados bebe un pizquillo de agua entre unos nenúfares. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  Casi de noche llego a Busán y su bullicio, desde cuyo puerto he de enviar la moto a América. Hay una Taegeukgi en medio de una gran plaza y ya tengo ganas de comunicarme con alguien, aunque sea en inglés, pero parece que paso totalmente desapercibido para estas gentes. Parece, pero no es por que luego aprendí a las dos semanas que esos ojos rasgados también miran a veces de reojillo.

  Ahora el mareo de las grafías se ha convertido en estupor. La segunda ciudad más poblada de Korea desborda vida por la noche, los coches circulan en denso pero ordenado tráfico, las luces aumentan a medida te acercas a ella, y tengo que buscar un hotel. En el área comercial hay un par de hoteles internacionales, a precios exhorbitantes para mí y paso de largo. Tengo que buscar un hospedaje económico, tiene que haberlo. Un motel, limpio y decente. ¿Pero donde? El 95% de la señalización está en koreano y después de dar una vuelta durante una hora no veo ninguno. Intento preguntar a la gente, pero al comenzar con las señas me ignoran. Sí, puedo dormir en la calle, la última opción, pero con este calor los insectos voladores campan por sus respetos.

  Vienen ahora a mi mente imágenes de cucarachas voladoras como las que hay en Canarias y en una fracción de segundo, la de una araña que me picó una semana atrás cuando me íba a dormir en la tienda de campaña en las islas Rusky de Vladivostok. Ahora me acuerdo. Era negra como el asfalto, de cuatro centímetros de diámetro y con seis u ocho patas no muy peludas. Ya dentro del saco, sentí un leve picotazo algo más arriba de la sien. Con la linterna todavía encendida, observé como el arácnido intentó esconderse debajo de los calzoncillos y no tuve piedad. No le dí entonces importancia, ya me había olvidado de ello, pero el ligero dolor que de repente me produjo el quitarme el casco, me hizo recordar aquél momento y descartar dormir en la calle. Esto del picotazo íba a traer cola. Hace ya dos horas que no veo la palabra hotel y el mareo vuelve. Es un mareo de agobio, desconcierto, sofoco, todo en uno. Quizás también por aquélla araña. Sí, fue por eso, pero por aquél entonces no me dí cuenta.

   Al mismo  tiempo que cruzo un gran puente -muy iluminado, cómo no-, una motocicleta Harley Davidson con una luz de policía apagada en la zaga y un motorista sin uniforme policial me adelanta muy animada.

  -"Vendrá de hacer la patrulla"-, pensé. Le adelanto a la salida del puente y al lado de una gasolinera que había, hago señas para que pare. Le pregunto - con gestos, claro- : que dónde puedo dormir. Pego una palma de la mano sobre la otra a la cara y me comprende enseguida. ¡Tengo que dormir, en una cama y centrarme un poco! El hombre mira la matrícula, se quita las gafas observándola con detenimiento y sin quitarnos aún el casco, señala: que le siga. Tiene unos 50 años, complexión normal, algo menos bajo que yo, manos de currante y gafas de ver. Maneja con gran destreza su modelo "Electric Glide" de color blanco y utiliza las señales acústicas de la sirena para saltarse todo semáforo que se le aparezca o cruce molesto.

  Entramos en un barrio que está construído sobre una gran pendiente y que mira al mar, allí abajo, a la vista de las lucecitas del puente al otro lado de la pequeña bahía de Pusán y las de los edificios caleidoscópicos y fulgurantes que destellan. Aquél barrio se va oscureciendo a medida que lo vamos penetrando, las casas no son de más de dos plantas, las calles empiezan a ser cada vez más estrechas, pendientes de no caerse, caóticamente reticuladas por curvas y giros tortuosos: hay que ir en primera, controlar muy bien el embrague, apoyar el pie a bajísima velocidad y con ese tacto tan crítico no caer. Estrecho para maniobrar con una moto. Difícil.

  Las farolas ya han quedado atrás, aquí ya no hay tantos anuncios luminiscentes de colores, aquí la gente duerme, las escasas aceras ya están cerrando las tiendas. Los faros de las motos rompen la oscuridad de entre los callejones, el olor a pescado, el calor de la noche y la humedad de la mar.  En otro giro imprevisto más, entramos en una cuesta muy empinada y paramos delante de un portón. Es la vivienda de éste hombre, que tiene un pequeño solar donde un día hubo un jardín y que ahora está invadido de plantas sin ton ni son, muchos trastos y una barbacoa. Un techo de hojalata en el garaje de dentro de la casa protege y alberga otra Harley Davidson también "Electra Glide", esta vez de color negro.

  Me invita a pasar dentro de la casa, me quito los zapatos -obligatorio en Korea- me presenta a su mujer y ésta nos sirve para cenar multitud de platitos como los mi última comida. Otra vez en el suelo, más picante y los palillos. Comienzo a estar harto de comer sentado con la columna retorcida. Más mareo. 

    No entiendo nada, por supuesto, y ahora menos aún, si es que es posible. Había hecho el gesto de dormir cuando paré a este hombre y ahora, apenas media hora después estoy cenando en su casa con su mujer sonriente mirándome curiosa. No, nada de sexo, esto es otra cosa. Entonces pienso que me va a invitar a pernoctar allí: ¡salvado! 

  Está leyendo mi mente: justo en éste momento me hace la misma señal de dormir que yo le hice abajo en Pusán y me dice con el dedo, con la mano, con la cabeza que no. Una negativa inequívoca.

-"¿Qué va a pasar ahora?"

  Pues que este hombre, después de fumarnos unos pitillos, haber contemplado sus dos Harley, hacernos fotos y mirar hacia la mar, me invita a que nos vayamos:-

-"¿Pero a dónde?"-

  Retrocedemos lo avanzado por aquéllas pendientes y giramos hacia un puertito abrigado por un malecón más grande, y nos paramos en la puerta de un lugar que aunque desde fuera no lo pareciera, resulta ser un motel. Con los dedos de las manos me señala el precio, después de hablar con una señora y señalando continuamente a la moto. Hay un parking de cinco plazas de coche vigilado, aire acondicionado,  baño dentro de una habitación limpia con mosquitera y son veinticinco euros al cambio. Un precio más que razonable.

  Tras varios intentos, señas y gestos, al fín entiendo que este hombre va a venir a recogerme mañana a las nueve de la mañana para no-sé-qué. Pues vale. Machacándose el pulgar contra el pecho repite la misma palabra repetidamente:

 Se llama Chei Kiu: Yon-Chei Kiu.

 

 

 

 

Mi hermano Yon Chei Kiu.

내 동생

항상 앞으로

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